
Me recuerdo teniendo unos 9 años, en el Parque Juan XXIII en Ñuñoa, al final de él, subiendo una especie de muralla (o eso recuerda mi mente) que era como de tierra, piedra, en una profunda fosa, que tenía el lugar. Para mi era un gran logro, seguramente hoy vería que no era ni peligroso, ni tan alto lo que subía.
No tenía idea que existían Los Andes, o no lo dimensionaba, menos Los Himalayas, eso hasta los 11 años, que escuché del Everest, de la doble ascensión chilena y el “nunca más hueás a medias”. Desde ahí se volvió casi una obsesión el Everest. Hasta siendo niño recuerdo haber comprado unas revistas. Pero había un problema: A medida que crecí, le temí cada vez más a las alturas. Finalmente me dediqué al periodismo, y para mi suerte, deportivo. Desde ahí he tratado de dar cabida al montañismo, sin ser experto obvio, creo que sumando conocimiento poco a poco.
Hoy en día soy un poco monotemático con los famosos ’14 ochomiles’. Y eso me ha motivado a aventurarme a caminar por senderos, que claramente para tanto experto en Chile, no presentan ninguna dificultad, pero que para mi son grandes logros, desde el momento que preferí dejar el sillón, y cambiarlo por el bototo y el bastón.
Y descubrí un mundo nuevo, (si, como la frase de la canción de 31 Minutos), podía comprobar in situ, lo que le escuchaba a los capos del montañismo chileno. “El camino es la meta”, “Es una fiesta, y a las fiestas se va con amigos”. Cuántas veces alguno de mis amigos me convidó agua, porque siempre necesito más de la que llevo, cuantas veces mis amigos me daban palabras de ánimo al verme cansado y caminando ya con las últimas reservas. Que bonito cuando veían que un lugar me asustaba (recuerden, temo a las alturas), hacían cadena humana para ayudarme a pasar o caminar más lento, para acomodarse a mi ritmo, aunque eso a veces les transformara el trayecto en una soberana lata, los veía reír, porque íbamos juntos, conversando, conociéndonos, recordando anécdotas.
Mi primer gran cumbre (espero se entienda un poco el sarcasmo) pretendí fuera en estilo alpino, Pero El Carbón, con sus 1200 metros y mi mochila, casi para estar por meses en el K2, implicaron que un amigo, que estaba mil veces en mejor condición que yo, me llevara la mochila (si, fue mi sherpa), pero el aplauso de todos al llegar arriba, fue impagable.
Entonces, es verdad lo que le escuchaba a los grandes maestros. La solidaridad, la amistad, la unión, el alegrarse por el éxito de los amigos, el postergarse uno, por el compañero… ¡Todo eso existía!
Hoy todo eso me lo cuestiono. Se encuentra desaparecido un montañista en el Kanchenjunga: Rodrigo Vivanco y he leído a muchos montañistas de grandes logros, un poco más altos que mi ‘Carbón’ o ‘Manquehue’, gastando sus energías, en que Hernán Leal subió con sherpas, en que el empresario osornino, hace pasar por deportiva una expedición comercial, y lo peor, y que me van a disculpar, creo los transforma en miserables: referirse a Rodrigo Vivanco en malos términos, pasándole factura por conflictos que he leído, pero que a mi en estos momentos me importan cero y creo que a cualquier persona con un poco de empatía y humanidad, debieran también no resultarles relevantes.
Que se entienda, no hago una defensa ni de Hernán Leal ni de Rodrigo Vivanco, al primero lo conozco, al segundo no. Pero a lo que voy, es que me duele ver que ante la desgracia de un compatriota, que no sabemos por lo que pasó ni que le sucedió, exista la capacidad de cuestionar y de recordar rencillas.
Mi formación valórica me señala que ante una desgracia el rencor pasa a un segundo plano y me hubiera gustado en la llamada comunidad montañera, ver cadenas de oración, palabras hacia la familia, porque ojo, no olviden, hay una familia, y por un segundo piensen como lo debe estar pasando, pero no, leí mucho comentario donde primó el odio. Aunque no desconozco que también ha habido harto apoyo.
A esos, insisto, que su preocupación es señalar que Leal subió con Sherpas, que Vivanco antes hizo esto y esto otro, les doy las gracias, porque me hacen saber, que en un cerro no todo es amistad, familia y solidaridad, están los como ustedes, que seguramente cuando me quedaba sin agua, no me hubieran dado, que al verme cansado, hubieran lamentado salir con un cacho, al verme atascado en una parte, me hubieran dicho, los espere ahí mientras siguen y vuelven. Sigan despotricando contra los demás, cuestionen a alguien y hasta refiéranse mal a alguien que ha decido quedarse a 8586 metros, al menos yo, aunque no conocí a Vivanco, lo tengo en mis oraciones, junto con su familia.
Juan Carlos Páez Rodríguez , periodista deportivo